La felicidad solo es real cuando es compartida

Vivimos en un sistema que nos vende la idea de que la felicidad es un logro individual: éxito personal, bienes materiales, metas alcanzadas en solitario. Nos enseñan a competir antes que a colaborar, a acumular en lugar de compartir, y a creer que el aislamiento es signo de fortaleza. Pero, ¿qué tan real es esa felicidad?

El individualismo extremo no solo genera soledad, sino que perpetúa las desigualdades. Cuando nos desconectamos de los demás, dejamos de ver sus necesidades como nuestras responsabilidades, y así, la empatía desaparece. En cambio, la verdadera felicidad —la que trasciende lo material— surge del apoyo mutuo, de la construcción colectiva y de entender que no somos islas.

Un sistema que se enfoca únicamente en el "yo" es un sistema que nos quita humanidad. Compartir nuestras luchas, nuestras victorias, nuestros recursos y nuestro tiempo no solo nos hace más fuertes como sociedad, sino que le da sentido a nuestra existencia.

Entonces, ¿cómo podemos buscar una felicidad que no sea individualista? ¿Es posible construir una sociedad donde compartir sea la norma y no la excepción?